
Es nefasto que los argentinos arranquemos el 2010, Año de Bicentenario, año en el que deberíamos festejar la liberación de nuestro pueblo del yugo hispánico, discutiendo cual es la mejor forma y más ‘institucional’ de pagar la deuda externa a los bonistas, la banca internacional y los usureros de siempre. Desde 1824 cuando Rivadavia accede al préstamo de la Baring Brothers (que los argentinos terminaremos de pagar 80 años más tarde) hasta el Megacanje y el Blindaje 2001 de Cavallo y De la Rúa, pasando por la espectacular multiplicación de la deuda durante la infame dictadura militar, la deuda externa argentina pende como un silencioso, casi imperceptible puñal sobre la cabeza de cada habitante, de cada niño que nace, de cada trabajador. Expoliando...